Pasé del verano al invierno a través de un otoño infinito. De vez en cuando me asomaba a las puertas del balcón, que daba a la calle principal, y observaba a unos pocos transeúntes yendo a prisa por la vereda de enfrente, como si los vidrios de las puertas fuesen los de un televisor que transmitía en vivo una imagen de otra Tierra. Ahora esa calle ensombrecida por las copas de los árboles que atajaban la luz del sol, me era tan ajena como la vida y se advertía tan distante como el bienestar. Dos puertas y un abismo me separaban del afuera. Y ese abismo parecía imposible de cruzar.
La fuerza y la violencia
Hace 1 día
Ni pienses en intentarlo...no así.
ResponderEliminarCuando tus ojos vean lo que desean ver.
Cuando te sientas preparado, primero a abrir los ojos... No existirá ni abismo, ni sombras ni el abismo que hoy tristemente logras intuir que ves.
Besos
Gracias por tu comentario. De todos modos, por algo el breve relato está escrito en pasado.
EliminarUn beso.